"Mi nombre es Patricia Raimundo, soy médica psiquiatra, tengo 50 años y hace 26 que trabajo en el HIGA “San José”. Siempre quise ser médica y siempre quise trabajar en la salud pública. Ingresé recién recibida al hospital y tuve que hacer 5 años de concurrencia, ad honorem, 7 años con una beca, sin ningún tipo de seguridad laboral y muchas veces peleando para que me pagaran las guardias, era eso o nada y yo tenía dos hijos chiquitos que alimentar, estaba separada del padre y para mis nenes no había nadie más que yo. Entendí que el mundo que se viene es para las especializaciones y hay que estar preparado para afrontarlo, estudié, me especialicé. Hice dos especialidades: Internista y Psiquiatra. Para ser psiquiatra tuve que viajar durante cuatro años al Hospital Borda en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fue un sacrificio brutal, dejar a mis hijos con el padre, volver, trabajar en la guardia, pasar horas y horas sin dormir o durmiendo de a ratos. Por fin, en el año 2007 logro mi especialidad de Psiquiatra en uno de los nosocomios más prestigiosos de la Argentina. Imaginaba ayudar a uno de los sectores más desprotegidos de la salud, los enfermos mentales, porque seamos sinceros, en la época en que estamos hablando eran depósitos de personas a los que no se les prestaba la menor atención. La prueba fue la sala de salud mental de Pergamino, cerca de 60 personas internadas, hacinadas en condiciones inhumanas, compartiendo el lugar con ratas, gatos, perros y alimañas y sus heces. Los únicos que verdaderamente los veían como personas eran los enfermeros y el personal de limpieza, ellos podían entregarles migajas de dignidad. Continúo el relato, una vez recibida de psiquiatra, contenta, ilusionada vuelvo a Pergamino e intento ingresar en la sala de Psiquiatría, consultan a la jefa del momento y ésta responde que “no había consenso”. Totalmente asombrada, porque nunca en mi vida había tenido contacto con ninguno de los integrantes de la sala. No llego a entender las razones, había una psiquiatra nuevo, que volvía para sumarse al equipo de trabajo, y lo rechazaban sin ton ni son. Pero ese no fue el primer golpe, ni tampoco el más potente. Finalmente, en el año 2014 y por una orden ministerial: ingreso en la sala de salud mental. Nadie hablaba conmigo, nadie me saludaba, los jefes no me daban directivas para realizar mi trabajo, era como haber ingresado en otra dimensión paralela donde yo era invisible. "Lo que no era invisible era la situación de los pacientes, quienes en realidad eran los únicos que me importaban, sucios, mal medicados, mal diagnosticados, personas que estaban internadas como mínimo desde hacía 2 años y llegando a los excesos como el de Mimí Arnouz que estaba desde hacía 40, indocumentados, sin identidad. "El edificio de la sala era una miseria, sin agua, sin gas, muchas veces sin energía eléctrica, sin teléfono cuando llovía y a 300 metros de la nave central, era una isla. Una isla donde unos pocos, creyéndose los dueños de las vidas de sus semejantes la manejaban como si fueran los dueños, los encerraban y allí los dejaban mientras se juntaban a tomar café y hablar de moda y viajes. Pero había una herramienta, la Ley de Salud Mental Nº 26.657. Una ley cuyo espíritu abogaba por la desmanicomialización. Era la oportunidad, junto con las asistentes sociales, las enfermeras, los camilleros y todo aquél que pudiera ayudarme, di de alta y revinculamos a los pacientes con sus familias. Fuimos tan efectivos que el porcentaje de los reinternados fue ínfimo. Me nombran como delegada de la junta electoral de ATE, sindicato al que pertenecí siempre, porque siempre me sentí un trabajador del estado. A alguien le había pisado un callo.
"Un día me entero que trasladaban hasta la sala de salud mental a un sujeto que había venido de Córdoba, que había mantenido correspondencia a través de su página de encuentros sexuales gays, con un menor de 16 años en Pergamino y había venido a llevárselo. Que hacía 10 días que estaba internado en el hospital por miedo al padre del menor que había prometido darle una paliza y su “recaída” fue cuando le notificaron la formación de causa. Todo esto está documentado en una IPP que se tramita por ante una Fiscalía del Departamento Judicial de Pergamino. Inmediatamente le doy el alta y la madre del menor le paga el boleto de colectivo a su ciudad natal, donde tenía su domicilio. Esa era la oportunidad que buscaban, me inician un sumario por haber dejado a un paciente “en situación de calle” y haber discutido con la jefa del servicio. Que esa denuncia la hacen cuatro psicólogos, les hacen firmar declaraciones, todas iguales, con las mismas palabras, no sé si se entiende, a varios de los integrantes de la sala. Pero con la torpeza que cuatro de esos firmantes, manifiestan que los llevaron engañados a firmar. "El sumario siguió, respondimos, llegó a la junta de disciplina la que manifiesta que no se pudieron probar los dichos y que mis actitudes para con los pacientes fueron loables. Todo esto figura en el sumario, todo esto fue presentado ante las autoridades. Sin embargo, solicitan mi desafuero y mi cesantía, es decir me quieren despedir del hospital, después de 26 años, sin haber tenido un sumario, ni ningún tipo de sanción disciplinaria antes del 2016, ni después de ello, por una supuesta discusión que no se pudo probar y de haberle dado el alta a un pedófilo para que se fuera de Pergamino a su domicilio en Córdoba, lejos de su víctima.
Desde el año 2019 pasé a Oncología donde acompaño a pacientes oncológicos y a su familia en cuidados paliativos. Y a raíz de esta pandemia que azotó al mundo he acompañado por medio de mi celular con videollamada a 45 empleados hospitalarios llamando hasta 5 veces por semana, desde mayo a septiembre, ellos lo merecen, son mis compañeros.
"El expediente sumarial está lleno de ira y generalidades que hablan de su desidia y no de mi persona, nunca he expuesto a nadie al sufrimiento o a la muerte, ellos sí".
Patricia Rosana Raimundo
DNI 22025481
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