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 Viernes 27 de Junio de 2025

Instituto Comercial Rancagua: una escuela que se sueña, se construye y se siente

Hay escuelas que se piensan como edificios. Otras, como programas. Y hay escuelas, como el Instituto Comercial Rancagua (ICR), que se piensan como un corazón latiendo en comunidad. Porque esta institución, nacida en el alma de un pueblo y sostenida por la voluntad colectiva, es mucho más que una estructura académica: es un entramado de afectos, aprendizajes, desafíos y proyectos que cruzan generaciones.

 

En marzo de 1961, cuando los primeros 26 estudiantes iniciaron la carrera de Peritos Mercantiles en Rancagua, no había certezas, pero sí una convicción inquebrantable: que una escuela secundaria era necesaria. Era, en realidad, urgente. Porque la educación transforma, dignifica, abre caminos. Porque había jóvenes con sueños, con ganas de quedarse en su lugar y crecer desde allí. Así comenzó la historia del ICR, en la localidad del Partido de Pergamino. Una historia escrita con esfuerzo, vocación y amor.

Los primeros pasos fueron humildes, rurales, pero decididos. Y con el tiempo, esa pequeña institución fue tomando forma, cuerpo y alma. Desde 1967, bajo la dirección del profesor Carlos Comitté, el Instituto se consolidó como un espacio formativo clave. En 1997, tomó la posta Miguel Benestante, quien durante dos décadas sostuvo una labor intensa y comprometida que potenció la expansión del ICR y lo convirtió en una verdadera “escuela de proyectos”. Su retiro en 2018 fue también el cierre de una etapa marcada por la visión, la dedicación y la apuesta constante a innovar.

Ese mismo año, asumió la actual conducción: Valeria Olivieri como directora, Cristian Moccafighe como vicedirector y Gabriela Samarzuk como representante legal. Un equipo que honra la historia y la proyecta hacia adelante. Porque el ICR no se detiene: camina con sus estudiantes, se transforma con ellos, se piensa cada día como un nuevo desafío.

Escuela de proyectos

En el ICR, la expresión no es una consigna, es una manera de estar en el mundo. Ser una escuela de proyectos es animarse a más. Es no conformarse con lo mínimo. Es pensar que la enseñanza debe atravesar la vida, conectarse con la realidad, provocar sentido.

Significa, también, defender valores esenciales: igualdad de oportunidades, confianza en los y las jóvenes, acompañamiento a los docentes, diálogo permanente como base del vínculo institucional. Significa construir, entre todos, un proyecto que no sea solo académico, sino profundamente humano.

En las aulas del ICR no se repiten fórmulas: se crean experiencias. Allí, los contenidos se resignifican, se expanden, se hacen acción. Las y los estudiantes participan en centros de estudiantes, sostienen pasantías internas, generan tutorías entre compañeros, trabajan en proyectos interdisciplinarios y comunitarios. Y todo eso deja una huella que va más allá del boletín: deja herramientas, fortalezas, preguntas.

Ferias de ciencias, la Feria del Libro Contado, articulaciones con universidades como la Universidad Nacional del Noroeste de la provincia de Buenos Aires (Unnoba) y la Universidad Católica Argentina (UCA), programas provinciales… Todo forma parte de una misma trama: ofrecer a cada joven una experiencia escolar rica, desafiante, transformadora.

Cooperativa como valor compartido

Desde 2003, la Cooperativa Escolar ICR representa otro pilar de este modelo educativo. En un tiempo donde el individualismo parece imponerse, el ICR apuesta al trabajo conjunto, al esfuerzo compartido, al “nosotros”.

La cooperativa no es solo una actividad: es una escuela dentro de la escuela. Conformada por estudiantes de todos los niveles y liderada por alumnas y alumnos de secundaria superior, hoy busca su inscripción formal y la obtención de personería jurídica. Ya no se limita a la compra de útiles escolares: ahora suma emprendimientos como la producción de compost, impulsada por estudiantes de 6º año Naturales, desde la materia Ambiente. Porque aprender también es hacer, es cuidar, es aportar.

Abraza libros y personas

En los tiempos de las pantallas, la biblioteca María Elena Walsh del ICR es un refugio. Es una apuesta al libro, al texto físico, al acto íntimo y profundo de leer. Es un rincón que promueve no solo el conocimiento, sino también la sensibilidad.

Sostenida desde un modelo cooperativo, la biblioteca garantiza que todos los estudiantes accedan a los libros que necesitan. Pero además, es un espacio dinámico, creativo, en constante movimiento. Bajo la coordinación de María Gabriela Cárcamo, bibliotecaria y narradora, la biblioteca se convirtió en un aula abierta, un taller de imaginación, un escenario de propuestas literarias que llegan hasta el alma.

Allí se cruzan clásicos y novedades, cuentos y ensayos, voces y silencios. Allí, muchas veces, un estudiante encuentra algo más que un libro: encuentra una puerta abierta al asombro.

Una escuela que se escribe con todos

El ICR sabe que educar no es solo transmitir conocimientos. Es reconocer que cada trayectoria está atravesada por lo social, por el contexto, por lo que se hereda y por lo que se construye. Es entender que la escuela tiene que ser una herramienta para hacer posible lo que parece lejano.

Por eso, el Instituto Comercial Rancagua no se quedó en la historia: la honra todos los días, pero mira hacia adelante. Su apuesta por ser una escuela de proyectos es una declaración de principios: aquí se enseña desde el compromiso, se aprende desde el hacer, se sueña desde el colectivo.

Cada estudiante que pasa por el ICR deja una huella. Y cada huella forma parte de este largo camino que empezó en 1961 con 26 jóvenes, y que hoy continúa con cientos, miles, que siguen creyendo que la educación puede cambiar la vida.

Porque hay escuelas que se recuerdan. Y hay escuelas, como esta, que se llevan para siempre en el corazón.

 



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